
Pasamos del humor y del ridículo más absurdo de Vietnam a la nostalgia y el amor más profundo por mi ciudad. Madrid. Ese sitio sin playa (natural, auténtica, que ya veo a algunos madrileños saltándome con el cuento de que tenemos playa; y no, queridos, no la tenemos, nos pongamos como nos pongamos), con mucho (demasiado) asfalto y donde sí me sé manejar mejor que en Vietnam. Tampoco nos emocionemos, me sigo perdiendo por mi barrio, pero no es lo mismo. Cuando no me estoy perdiendo, busco. Busco recuperar la historia de Madrid, esa misma historia que se ha perdido entre nuevos edificios, bares cool, gente del mundo y moda de botellones. Esa historia que ha sido vista por algunas calles y por muchas paredes. Si alguien nos hubiera contado la historia de otra forma, seguramente todos buscaríamos recuperar esos momentos. Para todos aquellos que en algún momento de su vida se han enamorado de la historia, hoy entramos en La Posada de la Villa.
Suena a antiguo. Suena a algo que casi ha desaparecido. Y para algunos, sonará a turismo. Porque así somos cuando viajamos, turistas o viajeros: invadimos los sitios. Pero debe ser que los de (muy) fuera no han llegado hasta aquí. Tampoco se lo vamos a contar ahora…
Solo os diré una cifra. 1642. ¿Nos imaginamos cuánto ha visto este lugar? Yo creo que no podemos ni pensarlo. La Posada de la Villa es hoy un restaurante, pero en su momento acogía a viajeros que venían a la ciudad de Madrid. En esta misma calle, de la Cava Baja, hay restaurantes con restos de la antigua muralla, pues por ahí pasaba, con un foso que da nombre a la calle. Véase, que cuando venían agotaos, entraban aquí para descansar. Se les daba comida y aposento. En su momento era La Posada de La Corte. Y antes de eso, el único Molino de Harina de Madrid.
Rescato unas palabras que me encantan de Isabel Montejano: “la posada fue amparo de trotamundos, viajeros, caminantes, arrieros, cómicos de la legua, vendedores, tratantes, trajineros, artesanos, ministriles, huertanos, muleros, aguadores, ganaderos y otras gentes de buen y mal vivir…”
Tras años en desuso y amenazada con la ruina, Félix Colomo rescató este emblemático lugar en 1980. Gracias, Félix, no puedo decirte más. Y esto es hoy. Lleno de vigas de madera y de trocitos de historia que cuelgan en sus paredes. Leí una vez, no recuerdo dónde, que la posada tiene tres pisos: el de abajo, de piedra, el segundo, de ladrillo y el último, de madera; y que esto se debía a que costaba mucho mover los materiales de construcción y decidieron que a medida que se ascendía, el material fuera menos pesado. En una de las vidrieras de la entrada, veréis un librito de Luis Candelas. Esto es un guiño al famoso restaurante Las Cuevas de Luis Candelas, regentado también por la familia Colomo.
Un lugar donde meterse de lleno alejándote del escándalo de Madrid, donde conocer la historia de la ciudad y donde, no seamos hipócritas, porque ya me conocéis (y mucha historia, mucha poesía, pero aquí qué se come) comer una comida deliciosa.
Lo típico es el cordero lechal asado, que lo hacen en un antiguo horno estilo árabe que tienen dentro del restaurante; y el cocido, servido en dos vuelcos, hecho en puchero de barro sobre las cenizas de paja y troncos de encina, que dejan cocer durante más de 3 horas. Pero una, que va siempre a destiempo, decidió ir en verano. Y ahí como que el cocido cuesta más. Que todo es ponerse, también es verdad, pero prefiero algo más ligero como callos, morcilla, gallina en pepitoria… ya tú sabes, lo propio para la dieta después de un confinamiento. Y postre, claro. Que a mí, si me vas a sacar de casa, por lo menos dame dulce (aquí, postre del posadero -leche frita, milhojas y tarta de queso porque no quedaba bartolillo). Lo de la tarta de queso me sacó un poco de esa burbuja histórica en la que yo me había metido, las cosas como son, pero nada preocupante porque debo decir que estaba bastante bastante rica…
Pendiente tengo probar los caracoles (no era época; a destiempo, ya os digo).
Es un sitio de comer, para disfrutar de la comida. No son platos pequeños y si mojas los callos con pan o si metes entre pan un trozo de morcilla, no pasa nada. Es para gente que realmente disfruta de la comida.
El servicio… maravilloso. Es en sitios así donde valoras que el oficio de camarero es una profesión llevada con orgullo. Los detalles más mínimos, la educación, la experiencia. Suma desde luego.
¿Es un sitio para ir todos los días? Pues, hombre, no lo veo tampoco. Claro, que es que yo me pediría a diario los callos… ¿Pero es un sitio para ir y repetir? Sin duda.
______ comienzo alegato en favor de comer «en los sitios de siempre» _____
Cuando acabas te dan ganas de decir «bueno, pues ya hemos comido» como si tuvieras 80 años. Pero no me importa. Porque esa gente, justo ellos, es la que sigue conociendo los sitios de siempre, porque nadie mejor que ellos, que llevan años paseando por estas calles, sabe dónde tomar el mejor vermú o dónde te sirve el camarero de toda la vida. Porque aunque ahora mucha gente decida ir a otros sitios, más bonitos o más modernos, no debemos permitir que se olviden los clásicos, los de siempre. Los que han hecho de Madrid lo que es. En los últimos años se han perdido muchas tabernas de siempre, pero quedan algunas.
Durante el confinamiento disfruté de un libro maravilloso sobre las tabernas de Madrid. Al final del mismo, te hace una ruta por las que quedan a día de hoy. Cuando me puse a buscarlas para hacer la ruta, algunas ya no estaban… No han pasado tantos años desde la publicación del libro y hoy. No perdamos la historia de Madrid.
Ojo, no digo que dejemos de ir a los sitios de comida fusión o de tortillas de patatas deconstruidas. Soy la primera que encuentra maravilloso comerse un bocata de calamares empujado con unas bravas para comer y merendar fluffy pancakes (tortitas esponjosas) en una taberna japonesa. Podemos disfrutar de todo, y, si eres como yo, todo en el mismo día, como si no hubiera un mañana.
______ finalizo alegato en favor de comer «en los sitios de siempre» _______
Cuando salgáis del local, admirad (sí sí, con todas las letras, admirad) la acera de enfrente:
- Posada del Dragón-Viajeros, situada justo encima de la antigua muralla de Madrid. Fue construida como casa de huéspedes en 1868 por el arquitecto Francisco de Cubas, Marqués de Cubas pero a lo largo de sus diez siglos de historia ha sido almacén de grano, y corrala de comerciantes también. El local vio la luz como casa de comidas en época de los Reyes Católicos. Su nombre es un homenaje al mítico dragón de piedra que estaba situado sobre la Puerta de Moros, en la muralla cristiana.
- Posada del León de Oro, emblema de la Casa Real de Castilla, que lucía su portada. Le acompañaba, sobre la puerta, el escudo de armas de Madrid.
- Posada San Isidro
En serio, porque iba con mis (adorados) cascos JBL y mi móvil (a medias con Vodafone, que lo estoy pagando) Huawei en la mano – una cuando se pone moderna… -, pero, si no, parece que estoy en otra época y que acabo de llegar a las murallas de Madrid y debo elegir dónde hospedarme o dónde comer.
Esto no es una exageración ni nada. Esto es así…
He tomado una imagen del blog Urban Idades donde se ve la calle de la Cava Baja en 1934:
(el blog es una delicia, por si os decidís a indagar)
DATO CURIOSO SOBRE LA CALLE: la hoy llamada calle de la Cava Baja fue antaño un foso de agua que rodeaba la muralla durante la época cristiana de la ciudad para evitar el paso del enemigo. Durante la época árabe, era un pasadizo usado para conectar la villa medieval con el arrabal musulmán. Poco a poco se emplazaron en esta Cava algunas de las casas de comidas más antiguas de Madrid, entre ellas: la de la Villa (1642), la de San Pedro o Mesón del Segoviano (1720) y la del Dragón (1868), más tarde convertidas en restaurantes o tabernas.
………………………………………………………………………………………
………………………………………………………………………………………
Ni confirmo ni desmiento que me ganaron totalmente recibiéndome con unas croquetas… Voy a tener que poner de moda esto y pedir a todo el que quede conmigo que me dé la bienvenida con croquetas porque me pone de buen humor. Me hace feliz. Croquetas sin pedirlas. Esto es un arte.
A mi padre se lo terminaron de camelar (más) con el cierre: tejas y trufas. Dime tú…
Calle de la Cava Baja 9, Madrid
913 66 18 60
Si quieres cocido, tendrás que reservarlo con antelación
Que buen post!! Historia viva de Madrid.
Unos buenos callos con pan y no necesitas más.
Sigo pensando que como narradora, no tienes precio!
Por muchos más posts como este!
Saludos!
Me gustaLe gusta a 1 persona
Aaaaawwww, mil miiil gracias por tus palabras. Me animan mucho a continuar escribiendo. ¡¡Habrá más así!! Pronto… 🙂
Los callos son siempre una buenísima idea. Y callos sin pan, no los concibo.
Me gustaMe gusta