¿Es posible enamorarse de un sitio, de un olor y de un sabor? Lo es, lo es. ¿Y es posible que te ocurra esto tres veces en menos de una semana? Confirmamos que es posible.
No sé si decir con orgullo o con vergüenza que he descubierto tres restaurantes italianos en Madrid en menos de siete días. Sitios donde volver una y otra vez y donde pedir todo; y repetir. Lo del orgullo es obvio, pero la vergüenza llega de la mano de que me plante tres días casi seguidos en restaurantes italianos a comerme todo lo que pille. Ha sido un poco como redescubrir esta cocina tan (creemos) conocida. Me alegra saber que todavía hay lugares que pueden sorprenderte. En un mundo donde proliferan restaurantes italianos con buena decoración (pero con sabores ea), sitios de empanadas argentinas (están por todos lados, ¿no?) y un sinfín de gastrobares, gastropubs y pubsbares o como se llamen, encontrar estos rincones hace que el placer de la comida sea doble.
Empecemos.
Un rinconcito enfrente del georgiano más famoso de Madrid (Kinza) –también altamente recomendable (2×1 en recomendación, como los yogures – de nada -) se encuentra este sitio con alma napolitana. Unas pocas mesas, una cocina casi a la vista y una atención atentísima (¿se puede decir esto? ¿un servicio atentísimo? lo que sea, pero, básicamente, te tratan de lujo) es lo que te espera en este restaurante. Con platos desconocidos para los que no hemos pisado Nápoles –todavía-, la sorpresa de la noche nos lo llevamos con un guiso de vaca que sirven con pasta y que se llama ziti alla genovese napoletana. Tatúate este nombre porque es uno de esos platos que te impactan tanto que te paras. Te paras en seco. Dejas de masticar para sentir más los sabores. Dejas hasta el tenedor para dedicarte solo a ese plato. No escuchas al que habla. Todo tu mundo es, en ese momento, ese guiso de rabo de vaca lentamente cocinado con cebollas blancas, doradas y moradas al vino blanco Falanghina del Campi Flegreo. O-tro-mun-do-tú.

El resto de lo que probamos, buenísimo, pero ese golpe de efecto solo lo consiguió este plato. Lo demás fue la pizza affumicata (mozarella fresca, guanciale, burrata ahumada y pimienta negra, tabla de quesos con mostaza de pera y peperoni e salsiccia, véase, pimientos rojos asados y gratinados al horno de leña con salchicha casera napolitana, olivas y alcaparras de Sicilia. De postre, tiramisú y torta ricota e pere. Impresionante.





Este restaurante lleva más de 30 años en la capital dándonos a conocer recetas tradicionales que se transmiten de generación en generación. Gracias a Anna Carla y a su marido, y pizzaiolo, Cristian Ogea. Eternamente agradecida por este lugar y su comida.








Ni una pizza encontrarás en este restaurante de la calle Santa Engracia. Eso sí, si te gustan los platos de pasta, gnocchi y guisos de pescado y marisco, este es tu sitio. El personal es muy amable, la decoración es preciosa (me enamoré especialmente de su jarra de agua y de sus floreros, pero entre que una es honrada y que el bolso era pequeño, pues solo hice foto) y los sabores muy intensos.
Aquí empezamos con pizzella (pizza pequeña frita con salsa de tomate, Parmigiano, albahaca y provolona ahumada). Que sí, que esto parece muy sencillo, pero no sabéis cómo estaba. Éramos tres y había cinco. Mira, se mascaba la tragedia en la mesa. Hago un llamamiento público al restaurante para que ponga múltiplos justos según comensales y así no hay problemas. Gracias. Seguimos con ravioli de limón y ricota con gambas y stracciatella de burrata. Uuuuh, qué sabor. Muy intenso, espectacular, de verdad. Mis aplausos. Continuamos con linguine con bogavante… así somos. Exquisito este plato. Y, por si nos quedábamos con hambre, gnocchi alla Sorrentina. Rico rico, riquísimo.





Aquí el KO nos vino con uno de los postres: la tarta caprese, de almendra y chocolate. Para poneros en contexto, yo no puedo tomar frutos secos (no hay nada grave si los tomo, pero me j**** el día, y la semana) y, aunque no lo parezca, no soy naaada chocolatera. Bueno, pues me zampé el 70% de esta tarta fácilmente. Dejé de lado el tiramisú, que estaba muy muy rico, y dediqué todos mis esfuerzos y energías a zamparme esta fantasía. No sé ni cómo describirla porque creo realmente que debéis pedirla y experimentar vosotros ese primer bocado. Y el segundo. Y el tercero…


No llegamos a los platos de pescado y marisco por el sencillo hecho de que viendo la primera hoja de la carta (tiene dos), no leímos más y nos bloqueamos ahí. Olé por nosotras. Los postres nos los dijeron, pero tomé foto y aquí os los dejo.
Restaurante que nos viene directamente de Isquia, una isla italiana, la más grande del archipiélago napolitano, de la mano de la cuarta generación de la familia Poerio. Rosalba Poerio ha querido abrir un restaurante a imagen y semejanza del que su familia dirige en la isla, con la misma carta, mismos productos y misma esencia que lleva décadas triunfando frente a las aguas de Sant’Angelo. Gracias por ello.





Este siempre ha sido un lugar especial para mí que me recuerda a mi padre, con quien acostumbro a ir. Él me lo enseñó y recuerdo la primera vez que fui, hace años, que tenía yo un antojo de carbonara buena y auténtica (en aquel momento aquí se estilaba lo de la nata y yo estaba recién llegada de Italia, donde había descubierto que la carbonara no es una opinión, es un hecho: pocos ingredientes donde la nata no es una opción). Recuerdo hablar con Ignazio Deias, el chef y propietario, y preguntarle si la tenía en carta. Me dijo que no, pero que tenía los ingredientes. Cómo no se me debieron iluminar los ojos y la cara –debí convertirme en el gato de Shrek como mínimo – que me dijo que me la hacía. Amor a primera vista. Por él, por la carbonara (mi favorita).
El resto de las veces, y ya habiéndome él ganado de esa manera, confié en todo lo que me recomendaban de su carta. Así, cuando he vuelto, no ha faltado en la mesa campidanese zaffarau de Santu Baingiu (pasta corta de Cerdeña, boloñesa de salchicha de cerdo, tomate, vino blanco, azafrán de la isla, hinojo, queso). Vicio absoluto. Esta vez pedimos, además, spaghetti con i gamberi rossi con salsa de gamba roja. El sabor de esto es brutal. Impacta en la boca ese sabor a gamba, ese color. Otro golpe directo al paladar. Y al corazón. Al centro, de entrante, pedimos una pizza con trufa. Ligerito todo…




En este sitio tenemos comida de origen sardo y del Piamonte. Además, tiene tienda, así que puedes llevarte a casa un trocito de Italia. Ignazio no está en venta. Ya lo intenté.
Dicho esto, doy por finalizado este atracón de comida italiana. Ha sido un placer y dejo por escrito aquí que me ofrezco como acompañante si alguien va a ir a estos sitios y quiere probar muchos muchos platos: zampo como una familia de ocho; así prueba (probamos) más platos. 🙂
Este-blog-de-un-peligro-tú! Qué rico todo, por favor! 👏👏👏👏👏
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Jajajajajjaa ya verás cuando te lleve… me vas a amar❤️
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