Las primeras galletas que hice estaban saladas. Eran de trocitos de chocolate… ¿cómo? Pues no sé, misterios de la vida. Pero saladas saladas. Y no, no había confundido el azúcar con la sal. Mi primer viaje sola, no fue mejor. Me debí perder 15 veces y encontrar 1 sola (en una ciudad del tamaño de algunos barrios de Madrid).
No uso vainilla de Madagascar ni nueces de Macadamia, no duermo en hoteles de lujo ni vuelo en primera clase. Me vale la vainilla del supermercado de debajo de casa y acepto pistachos si no tienes nueces; soy feliz en cualquier sitio limpio y me vale lowcost porque lo único que quiero es llegar a mi destino. No porque no valore la calidad, que lo hago, pero valoro mucho más el tiempo que dedica una persona a cocinar, a regalar sabores; valoro conocer una nueva cultura y a otra gente. Me importa más que una persona se meta en la cocina solo para sorprender, para tener un detalle, para hacerte viajar con los sentidos; o que alguien tenga la curiosidad de salir de su zona de confort. Prefiero un «lo he intentado» a un «como no había este ingrediente, no lo he hecho». Prefiero viajar a no hacerlo. Ya sea cerca o lejos; conocer y explorar es lo que me impulsa.
Dicen que quien es bueno en algo, no necesita todos los instrumentos para serlo. Quien es bueno, te hace un plato con tres ingredientes o te conoce una ciudad a pata, sin lujos. Quien es bueno, sortea los problemas para presentarte una receta irrepetible o para alcanzar una montaña con vistas que quedarán en la memoria. Quien es bueno, trabaja con lo que tiene.
Lo leeréis en muchas recetas, pero en mi casa es muy típico el «no tenía esto pero le he puesto esto otro» o un «con lo que lleva, no puede estar malo». Y las cosas hechas con cariño, no están malas. Cuando pones tu ilusión en un tiramisú y se desmorona al servirlo, no hay tristeza que valga, sino risa al ver a tus amigos persiguiendo un trozo de bizcocho de soletilla en un mar de mascarpone. Si la empanada que has llevado, se ha quedado un pelín cruda debajo, pues quitas ese lado de la empanada, y esas calorías que te ahorras. Hace tiempo aprendí que en la cocina, y en la vida, hay que hacer del Wabi Sabi el principal ingrediente. Y no, no es una salsa picante. Es la belleza de la imperfección.
A veces la luz no acompaña, el ansia te puede, el aroma te empuja a comerlo ya y la foto no sale bien. Pues ya está. Foto fea, pero si está rico y lo has hecho con cariño, es mejor que cualquier foto perfecta para Instagram. Quienes hagan esa receta siempre se alegrarán de que les quede mejor que en la foto que yo he subido. Esta teoría de lo imperfecto me lo llevo a los viajes y a las fotos de las guías. Pueden no ser las mejores, puedo no tener el mejor ojo fotográfico, pero nadie te captará las imágenes con más cariño que yo, igual que nadie te describirá un sitio del que se ha enamorado con más sentimiento. Cuando las fotos no me dejan, las palabras completan. No busco las imágenes perfectas, como no busco viajes ni recetas imposibles.
A veces inspira más un sentimiento que describes junto a la peor foto, que un álbum de fotos perfectas.
Y eso es Sabores de una Vida. Un lugar de inspiración, un lugar imperfecto pero donde se habla de aquello que ha despertado sentimientos e ilusión. Espero saber transmitirlo y que todo el que lo lea, se contagie.
Déjate contagiar.
E.
¡Me encanta el diseño de tu blog! Estará entre mis favoritos.
Yo intento experimentar los sabores del mundo desde Madrid, sígueme si te interesa.
¡Gracias!
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Nunca había leído este artículo y… me encanta!
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Muchísimas gracias por tus palabras. Dan vida 🙂 gracias gracias gracias
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Muchísimas gracias por tus palabras. Dan vida. 🙂 gracias gracias gracias
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